Santiago sin Kiltros; Capítulo Primero, Hush Puppies (Colección de Cuentos)
Hush
Puppies.
El frío de
la tarde lo hizo despertar. Hush habia elegido una de esas bancas
roñosas afuera del Paseo Las Palmas. Miró su celular y confirmo que se había
dormido quince minutos más de lo calculado. Un pensamiento lo inquieto. Con sus manos quizo comprobar si
los músculos de su rostro permanecían sin alterarse, pero aún tenía en ella
medio vaso de helado sin acabar del Mcdonald. "Esta bien," concluyo, "nadie parece atterrorizado por mi rostro." Prefirió no moverse. Era más fácil quedarse quieto que inclinar
su peso hacia el frente para levantarse.
No le hizo
caso al teléfono que vibraba en su bolsillo. Sabía que Valentina lo esperaría,
como tantas otras veces no le preocupó,
puesto que planeaba seccionarla los tiernos músculos de su cuerpo de todos
modos. Hush no la soportaba y nadie iba a extrañarla más que él. Ningún
licántropo pasaba mucho tiempo sin comer en una ciudad llena a reventar de
parias excluidos como ella. Sin embargo, Hush admitía que nunca había visto una
piel tan suave como la suya. Nadie dijo que no podría follarme mi cena, pensó
con ironía.
Desganadamente
se puso en pie, aceptando la invitación de la línea de faroles que
fortuitamente se alineaban como regimiento guiándole a su destino. En eso,
observó que por todas partes colgaban adornos de noche de brujas, distintivos
usados por las bandas de licántropos. Bastaba saber donde mirar, pensó. La zona
estaba marcada como patio de cacería y Hush sabía que no era la de su jauría.
No quedaba remedio, tendría que correr el riesgo. Su conquista había costado
más tiempo de la que valía y no iba a compartirla con nadie, ni con los Siberianos,
aunque fuese contra las reglas de su banda.
La calle
estaba silenciosa y las veredas semivacías. Ya para entonces se rumoreaba que
la mayor parte de los últimos homicidios de la zona habían ocurrido en torno a
las riveras peatonales del Mapocho, río principal de la ciudad que cruzaba el
extremo norte de Providencia. La prensa pregonaba que un meticuloso asesino gozaba
trozar, triturar y moler los restos de sus víctimas para llevárselos
cómodamente en un maletín de oficina sin causar sospecha. Nada más lejos de la
realidad, pensó Hush.
Él prefería
anestesiar a su víctima, y luego, drenar su sangre con hábiles escisiones en
ciertas zonas del cuerpo para poder trozarlo cómodamente con su sierra. La peor
parte eran los huesos, sin duda, pero siempre podía ayudarse con un martillo, facilitando
la tarea, aunque sus instrumentos hubiesen perdido filo y comenzasen a oxidarse.
Los huesos en sí no le entusiasmaban, pero tampoco podía dejarlo allí botados.
Ahora, obviamente, no podía cargar las herramientas que necesitaba con él, pero
afortunadamente la policía estaba ocupada en buscar instrumentos de volumen
exageradamente grande a las que usaba Hush. Y por cierto, una simple bolsa de
basura levanta menos sospechas que un maletín de oficina cuando no vistes traje.
Al costado
de la vereda olió algo que lo sobresalto, los Dashounds habían marcado toda el
área. Casi por instinto, Hush corrió lo más rápido que pudo, sin embargo, al
sentirse observado inmediatamente desistió. Nada tenía sentido, los Dachshund
eran una jauría rival a la que Hush pertenecía. Ni siquiera colindaban con esta
zona disputada por otras tres violentas bandas de licántropos: los Border
Collie, los Gran Danés y los Pug. A Hush le dolía la cabeza, lo que ocurriera
en el eje de Providencia con calle Lyon no le interesaba a los Siberianos y,
sinceramente, lo que menos quería en el mundo era terminar herido por el fuego
cruzado de aquellos dementes.
Miró el
paseo comercial cercano al Dunkin' Donuts buscando indicios de los Dachshund
sin otro resultado que fijar con mayor fuerza el rancio olor de su orina.
Descubrió que no estaba lejos de donde había quedado con Valentina y que era más
que probable que ya estuviese esperándolo con su inocente sonrisa. A Hush se le
hizo agua la boca, al punto que tuvo que limpiarsela con la manga de su
chaqueta.
Le
irritaban los Dachshund, banda nueva que, rápidamente, ganó importancia por su
tamaño. Hasta ese entonces, al menos un
tercio de los licántropos de Santiago no habían sido aceptados por las diez
jaurías tradicionales que se disputaban la ciudad. Los llamábamos
"kiltros", sin ocultar su desdén. Eran feroces, rábulas, crueles y
absolutamente desconfiables. Ni siquiera respetaban las leyes originales. Hasta
hoy las bandas tradicionales se echan la culpa unas a otras por el éxito de los
Dachshund, pues esta destruyó completamente el equilibrio de poder que existía
hasta hace unos meses.
Sin darse
cuenta, se durmió mientras esperaba a que dieran la luz verde en la calle Pedro
de Valdivia. Tal vez de pura inercia siguió caminando y despertó tres calles
más abajo. En ese breve intermedio creyó ver, o más bien olfatear, aquel inconfundible
aroma que escapaba de la entrepierna de Blacky, el macho alfa de los Siberianos.
No pudo olerlo de nuevo por más que trato, aunque sospechó que el olor de los
Dachshund estaba interfiriendo su olfato.
Originalmente,
había pensado subirse al primer bus que viese, pero prefirió no correr el
riesgo de encontrarse con uno de ellos y no tener alternativas de escape. En
eso, sintió el aroma a aceite frito de un carrito de sopaipillas, ¿cuánto hace
que sólo ingería carne humana? A muchos les aproblemaba aquella desventaja,
pero matar por alimento no era complicado para Hush y los Siberianos, de hecho,
muchos lo hacían por diversión. Lo que si molestaba era la falta de sueño,
porque dormir podía acarrear un furioso descontrol de los instintos más bestiales
que pudiese encerrar su subconsciente.
Hush había
tratado de todo para ese entonces. Su jauría recurría a mezclas poco cuidadosas
de marihuana con analgésicos y relajantes musculares. No faltaba el que creía
que se podían capear con alcohol, pero se necesitaba tanto que el hígado
terminaba por explotarles en menos de cuatro años. De este modo, las
alternativas eran tan malas que era preferible no dormir más que breves extensiones
de tiempo.
- Gabriel, te ves terrible.
Una
explosión de adrenalina había explotado en su interior, ¿Blacky? Volteó de un
sólo movimiento, pero sólo se encontró con Annie, una amiga con la que deseaba
sustituir a Valentina. Hush sabía bien como sobrevivir, por lo que no tuvo
miedo en hacerse amigo de un policía apenas tuvo la oportunidad. Nada serio aún,
sólo habíamos salido un par de veces, se dijo. Ella pertenecía al cuerpo de
investigaciones, lo que era una lástima por una parte porque a Hush le hubiese
encantado fantasear con ella vistiendo de uniforme, pero lo bueno es que de vez
en cuando le compartía un par de detalles de su trabajo.
Para Hush
todos eran un medio para un fin que aún no decidía. Salvo que lo necesitase, no
masticaría la blanca piel de Annie, que se le apetecía tanto como la de
Valentina. Admitió que le gustaba estar cerca de ella, aunque sospechase que
fuese por puro vértigo de jugar y revolcarse en la boca del lobo.
Miró su
celular, si no se daba prisa Valentina podría irse. Sin ser grosero, se
despidió de Annie, pero lo agarró del brazo y le dijo:
- Escucha,
a la mierda mi trabajo. Puedo abandonar la basura de papeleo que falta por
hacer e ir contigo por una película y comida. Mi compañera de cuarto salió por
el fin de semana largo.
Hush echó
un vistazo alrededor de mero instinto y notó que le embargaba una loca alegría;
su corazón aceleró por revolcarse allí mismo sobre Annie. Pero su apetito
sexual no era más fuerte que aquel impulso primitivo que babeaba por arrancar
la fresca y blanquecina carne del rostro de Valentina. Él le sonrió, pero se limitó
a despedirse con torpeza.
Estaba con
prisa así que volvió a correr. Abandonó la calle principal y hacia las siete de
la tarde divisó el parque donde se hallaba su presa. Miró hacia atrás, hacia
el territorio de su jauría, y se preguntó con horror qué pasaría si lo
descubrían.
Hush estaba
fastidiado de su clan. Sabía que necesitaba su protección, pero él no servía
para lamer las bolas de Blacky. Había conocido a tres machos alfas antes de
Blacky a quiénes, por lejos, éste los superaba en crueldad. Detestaba a Blacky
y su complejo de revolucionario, siempre creyéndose mejor que el resto, incluso
Blacky ya pensaba en competir con el Gran Can, una locura, pensó. Hush
aborrecía a Blacky, y sabía que infringir las reglas de su jauría sería como
desafiarlo secretamente.
Ahí estaba
Valentina, a unos pocos pasos. Sin embargo, ella camino hacia él, pero evitando
su mirada por haber llegado tarde, ¿acaso la putita también se creía mejor que
Hush? Pensó.
Había
soportado muchos insultos en su vida, pero nunca de una humana, no. Cuando
Valentina pasó por su lado, aún sin mirarlo, éste la golpeó directamente en la
nariz con su puño derecho bien cerrado. Valentina cayó al suelo, mucha gente se
acerca en torno a la pareja.
A Hush no
le importó. Sus ojos ardían en ira contra su almuerzo. La muchedumbre aún temía
interceder, así que aguardó cautelosa. Hush miró alrededor con una
satisfactoria sensación de superioridad. Valentina nunca había sido lastimada
por Hush, así que con lágrimas en los ojos lo miró fijamente, y le dijo:
- Huye, querido, es una
trampa.
Decenas de
manos le cayeron encima antes de que pudiese reaccionar. No cabía duda de que
eran los Dachshund. Hush supo que era su fin. No valía la pena resistirse. Quiso
fingir que no le importaba lo que hiciesen con él porque su única alternativa
era mostrarse como un alfa. Los Dachshund buscan nuevos miembros con
desesperación, quizá podría cambiarse de bando.
- Te advertí sobre esto.
Hush dio un
salto al oír aquella voz. Era Annie, que había aparecido en medio de la
comitiva de licántropos con su cabeza inclinada, portando una pesada barra de
hierro con las dos manos. La curiosidad que sentía Hush por ella era mayor que
nunca. Bruscamente lo escoltaron a un destino que desconocía.
Aceleró un
poco el paso y se acercó a Annie, que caminaba con expresión soberbia. Esta ha
de ser su verdadera personalidad, pensó Hush.
- ¿Qué
haces trabajando con esta escoria? Los licántropos no trabajamos con humanos -
murmuró Hush en voz baja.
Annie no
respondió. Fijó su mirada hacia delante y siguió representando el papel, que
quizá, llevaba meses en cartelera sin que Hush se hubiese enterado.
Lo condujeron
bruscamente, ninguno de los dos volvió a decir algo. Nadie hablaba. Subieron
por el costado del parque hasta las faldas del cerro San Cristobal. La colina
seguía ascendiendo. A Hush le parecía que llevaban semanas caminando. Esta vez
Blacky excedió los límites de un alfa. Su especie no hace tratos con humanos,
los humanos no son más que comida, pensó. Maldita sea, hijo de perra.
Los faroles
quedaron atrás y la temperatura disminuyó un poco mientras caminaban en la
oscuridad de la noche capitalina. De a poco, les envolvió el olor de una planta
de tratamiento de aguas servidas, una asquerosa mezcla de productos
industriales con agua desechada y recolectada una y otra vez de los distintos
barrios de Santiago. Hace rato que Hush dormitaba mientras caminaba, perdido una
pesadillas tras otra sobre los horrores que le aguardaban hasta que notó que
alguien le hablaba. Era Blacky.
Fin del
recorrido, le obligaron a echarse al suelo para humillarlo. Los Dachshund lo condujeron
hasta él. Pudo haber sido una moneda de cambio para sellar un pacto, pero Hush
no le importaba a nadie, pensó. No podía saberlo, ¿por qué Blacky estaba aquí
con parte importante de su jauría? ¿Qué hacia Annie mezclada en todo este
asunto?
- Hush
Puppy, o mejor, Hush el cachorro insolente. Si ibas a desafiar mi autoridad,
comiendo a mis espaldas, debiste procurar no hacer tanto ruido, en vez de
orinar toda la cocina.
Aunque Hush fuese mucho más alto que
Blacky, éste último parecía fuerte como un toro. Hush sonrió. Muchas veces
había reflexionado sobre que había en la apariencia de Blacky que le daba tanta
autoridad sobre el resto.
-
Evidentemente, weon, te informaron esos kiltros de mierda, ¿a esto te has
rebajado, hijo de perra? -odiaba que lo tratarán de tonto, no tenía como saber
el acuerdo con los Dachshund-.
Hush
observó el edificio vacío, ¿dónde estaba todo el mundo? Después se volvió
violentamente contra Blacky.
- No pueden
hacerme daño ¡Son las reglas, retrasado mental!
- Las leyes
nunca deben romperse, y aún salvajes como nosotros deben respetarlas,
-respondió Blacky con tranquilidad.
Hush notó
como el pánico atravesaba velozmente su garganta. Luchó por recuperar el
control, pero todo le apestaba a muerto. Le temblaban las piernas, sabía que
esta estúpida regla no iba a salvarlo de los siberianos.
- Nos
sobran motivos para expulsarte de nuestro clan – Blacky continuó-. Todo el
mundo olvida que la inmunidad depende de pertenecer al clan y que el destierro
es mucho más fácil que morderse la cola. Así son las cosas Hush, mejor piensa
rápido porque apenas veo un millón de posibilidades contra una a que hoy salves
tu apestoso pellejo.
Por un
instante, Hush tuvo la loca certeza de que debía embestir a Blacky. De algún
modo la cólera había reemplazado al miedo, sin embargo sólo fueron unos
instantes. Reflexionó y solo pudo pensar en una solución.
- Noto como deseas a mi humana, te ofrezco un trato
justo- insistió Hush, desafiante- su vida por la mía.
Blacky torció su cabeza hacia ella, como un lobo
interrumpido en plena persecución de su presa. Mientras Hush aprovechó para
mirar disimuladamente su alrededor en busca de una oportunidad para escapar,
bastaba una distracción para cruzar la puerta principal y perderse en arbolada
que cruzaron hace casi una hora. Siempre he sido el más rápido, juzgó.
- ¿Qué te hace pensar que no vayamos a devorarla
después de que acabemos de mear sobre tu tumba?
- Que si robas mi presa luego de haberme expulsado,
parece como si hubieses armado todo para quedarte con ella desde el principio,
y luego no quedará licántropo en Santiago que quiera unirse a los Siberianos.
Matarme es lo mismo que poner una lápida sobre nuestro clan.
Hubo silencio. Hush exhalo profundamente, sabía que lo
había arrinconado. En realidad, Hush no se refería a Blacky. A excepción de los
pocos humanos que lo tenían capturado, todos los licántropos hacían poco por
ocultar su deseo de probar las blancas carnes de Valentina. Era obvio que su líder
lo había notado. Algo curioso respecto a la lealtad en un mundo tan violento
como el nuestro es que ésta solo resiste cuando no se opone demasiado al
beneficio de cada uno.
Miró a su alrededor con una especie
de gratificante sensación de ventaja. Todos los miraban. Siendo justo, nunca
había recibido tanta atención en toda su vida. Hush adoraba sentirse
importante, no importaba que a veces solo fuese un poco más digno que premiar a
un perro por perseguirse la cola. Blacky temblaba de furia. Supuso que éste lo
consideraba una presa fácil.
-
Por un lado, queremos triturar cada una de las articulaciones de tu cuerpo para
que no puedas más que ladrar y hacer hilirantes muecas de dolor mientras que con
goce, rebajamos los músculos de tu cara con una gillete oxidada. Pero por otro
–parecía como si Blacky le hablarse a su jauría en vez de a Hush, pese que
miraba a éste último- la pequeña puerca que egoístamente nos escondiste se ve
sabrosa, y apuesto a que chillará como si estuviese en celo cuando acabemos con
ella.
En ese intante, fuera
del campo visual de Hush, una mano desconocida alcanzo a apretar tres veces el
gatillo de una pistola. Las balas rebotaron y silbaron contra el asfalto sin
antes dejar de pasar por entre las entrañas y tripas de varios de los
presentes. Gritos de dolor se escucharon a coro, superponiendose uno a otro. Es
mi oportunidad, pensó y corrió hacia la única salida que le quedaba.
Jadeando como perro
malherido corrió sin mirar atrás. No sabia quién era el tirador, pero tampoco
le interesaba averiguarlo. Sintió pena por Valentina, aunque siendo sincero no
le preocupaba mucho. Cuando la ofreció cómo carta de cambio, hablaba enserio.
- Me debes esta, ayúdame con la mujer – Era Annie,
había aprovechado la confusión para tomar a Valentina y escapar. Con una mano
la llevaba bruscamente hacia afuera mientras que con la otra cargaba el arma
que protagonizo la confusión.
Valentina miró a su alrededor y apenas reparó en la
presencia de Hush. Éste quiso responder que no iba a ayudar a una zorra como
ella, ni siquiera entendía qué quería realmente. Sin embargo, cerró su boca
tras abrirla por unos instantes. Su pierna izquierda estaba rígida, no se había
dado cuenta pero una de las balas le impacto arriba del muslo. Por mucho que
cojeara y arrastrara su pierna, jamás podría hacer la bajada de la montaña solo.
En realidad, era Hush quién necesitaba su ayuda.
Tras lograr correr unos
cincuenta metros desde la entrada, Hush vio a sus perseguidores. Se fijó en las
gotas de sangre que marcaban y salpicaban el camino, su herida seguía
abriéndose y el dolor se iba haciendo insoportable. No hay forma que no nos
alcancen.
Las armas rugieron, hacienda
saltar y explotar miles de astillas en torno al grupo de Hush. Las ramas se
partían sin cesar y una punzada de dolor distinta a la de su pierna hizo que su
cara hiciese una mueca distinta a la que tenía. Hush emitió un gruñido, no iba
a resistir muchos metros más de carrera.
-
Rápido al
camión.
Fue lo último que escucho antes de desvanecerse por el
dolor, de algún modo había logrado entrar antes de yacer en el suelo de la
camioneta, inconsciente.
-
¿Qué? – preguntó
mecánicamente al despertar.
-
Acabas de ver
como se arruinan meses de trabajo infiltrándome al grupo de ese psicópata.
-
Nadie pidió tu
ayuda, cariño –replicó-. No sabía que te gustaba tanto.
Annie le explico que había recibido la orden urgente
del jefe de operación de salvarlo. Para sección encargada de dar caza a los
licántropos les era mucho más útil contar con la colaboración de uno de los
licántropos viejos que conocía el mundo y la suborganización de éste desde
adentro.
-
¿Por qué crees
que voy a ayudarles?
-
No vengas ahora
a dártelas de moralista, bastardo. Te conozco hace meses y ambos sabemos que
todo te importa una mierda mientras no te reporte algo. Sabemos todo sobre ti,
incluyendo que hace décadas que no sientes cariño por nadie. Eres una basura, a
nadie le importas, pero harías lo que fuese por vivir un día más. Conozco a los
de tú tipo, Hush, nunca terminan bien.
-
Entonces, ¿qué
gano yo? –dijo con interés-.
Annie se apróximo hasta un par de centímetros de la
boca de Hush, quién sintió como se aceleraba su pulso, exactamente como le
ocurrió hace un par de horas.
-
En este momento,
Blacky controla a dos de los clanes más peligrosos de licántropos de la ciudad.
Sin nuestra ayuda no vas a sobrevivir ni media hora allí afuera. Agrega que no
va a pasar mucho tiempo antes que se esparza el rumor de que eres un perro de
la policía.
-
No soy un perro
de nadie ni estoy trabajando con ustedes.
-
Pues nosotros no
haremos nada para desmentirlo, Hush – Annie sonrió.
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